viernes, 23 de enero de 2009

jueves, 22 de enero de 2009

EL CONOCIMIENTO

“El amor de la humanidad sin el amor del estudio tienen por defecto la ignorancia o la estupidez; el amor de la ciencia sin el amor del estudio tienen por defecto la incertidumbre o la perplejidad; el amor de la sinceridad y de la fidelidad sin el amor del estudio tienen por defecto la majadería; el amor de la rectitud sin el amor del estudio tienen por defecto una temeridad inconsiderada; el amor del valor viril sin el amor del estudio tienen por defecto la insubordinación ; el amor de la firmeza y de la perseverancia sin el amor del estudio tiene por defecto la demencia o el aferramiento a una idea fija.”
Confucio(1969)

miércoles, 21 de enero de 2009

PENSAMIENTO Y PERCEPCION


Pensamiento y percepción
Krishnamurti: Debemos volver, por tanto, a algo más. Las cosas que contiene la conciencia han sido reunidas por el pensamiento. Todo el contenido de esa conciencia es el producto del pensamiento; la conciencia es pensamiento.
David Bohm: Si, ése es todo el proceso.
K: Sí ¿ve el pensamiento todo esto, o hay percepción pura sin pensamiento, la cual dice entonces que el pensamiento es mecánico? DB: ¿Cómo sabe, entonces, el pensamiento qué hacer? Estuvimos diciendo el otro día que cuando hay percepción de la verdad…

K: Tiene ligar la acción.
DB: …. Tiene lugar la acción, y el pensamiento toma conciencia de esa acción.
K: Sí, correcto.
DB: Ahora bien, al tomar conciencia de esa acción, ¿es mecánico el pensamiento?
K: No, entonces no es mecánico. DB: Uno tiene que decir que el pensamiento cambia su natualeza. Ése es el punto que debemos retener, que el pensamiento no tiene una naturaleza fija. ¿Es ése el punto? K: Sí, señor. DB: Creo que gran parte de la discusión lleva consigo que el pensamiento posee una naturaleza fija, pero ahora decimos que el pensamiento puede cambiar. K: Sí, en efecto, el pensamiento cambia. DB: Sí pero yo quiero decir que puede cambiar fundamentalmente. K: Espere, estoy empezando a ver algo, ambos empezamos a ver algo. Decimos que la percepción total es la verdad. Esa percepción opera en la realidad. Existe la percepción que es la verdad, y sólo ella puede actuar en la realidad. Mire, señor, pongámoslo a la inversa. Yo percibo algo totalmente, lo cual no es el acto del pensamiento. DB: Sí ese es un acto directo. K: Sí es percepción directa. Esa percepción actúa directamente. DB: Sin pensamiento. K: Eso es lo que quiero descubrir. DB: Sí. Cuando hay percepción del peligro, ésta actúa instantáneamente, sin pensamiento. K: Correcto. El pensamiento puede entonces darse cuenta del acto y traducirlo en palabras. O sea, hay una percepción total, que es la verdad. Esa percepción actúa en el campo de la realidad. Tal acción no es el producto del pensamiento, pero a causa de que es una acción de lo total, el pensamiento ha experimentado un cambio. © Los límites del pensamiento

LA LIBERTAD INTERIOR


¿Es posible ser libre?
¿Es posible ser libre?¿Es posible que nosotros, tal como somos, seres condicionados, moldeados por toda clase de influencias- por la propaganda, por los libros que leemos, el cine, la radio, las revistas, todos haciendo impacto en la mente, moldéandola- vivamos en eote mundo completamente libres, no sólo de manera consciente, sino en las raíces mismas de nuestro ser? Ese, me parece, es el reto, el único problema. Porque si no se es libre, no hay amor, hay celos, ansiedad, miedo, predominio, la búsqueda del placer sexual o de otra índole. Si no se es libre, no se puede ver claramente y no hay sentido de la belleza. Esto no es una mera argumentación para sostener una teoría de que el hombre tiene que ser libre; una teoría así se convierte también en una ideología que igualmente dividirá a las personas. De manera que si para ustedes esa es la cuestión básica, el principal reto de la vida, no se trata entonces de si usted es feliz o desgraciado-eso se vuelve secundario- de si puede vivir en armonía con otros o de si sus creencias y opiniones son más importantes que las del otro. Todas esas cuestiones secundarias serán contestadas si esa cuestión central es comprendida y resuelta completamente, profundamente. Si usted en realidad cree que ese es el reto único en la vida: ver los hechos reales que están a nuestro alrededor y los que están dentro de nosotros; ver los estrechos de mente, mezquinos y pequeños que somos; cómo estamos llenos de ansiedad, de culpabilidad y temor; si se ve que el depender de las ideas, opiniones y juicios de otras personas, que el rendir culto a la opinión pública, el tener héroes y modelos, crea fragmentación y división, si usted mismo ha visto muy claramente todo el mapa de la existencia humana, con sus nacionalidades y guerras, las divisiones de dioses, sacerdotes, e ideologías, el conflicto, la desdicha y el dolor; si usted mismo ve todo esto, no por información de otro, no como una idea, ni como algo a que debe aspirar, entonces hay en usted un completo sentido interno de libertad; entonces no hay miedo a la muerte: entonces usted y el que habla estamos en comunión; usted y el que habla podemos comunicarnos. ¿Es eso de verdad posible?
La Libertad Interior.

martes, 20 de enero de 2009

LA EDUCACION Y EL SIGNIFICADO DE LA VIDA



La educación y la paz mundial
Para descubrir qué papel puede desempeñar la educación en la presente crisis mundial, debemos entender cómo se ha generado esta crisis: obviamente, su origen está en los falsos valores que rigen nuestras relaciones con las personas, con la propiedad y con las ideas. Si nuestras relaciones con otros se basan en el engrandecimiento personal, y nuestra relación con la propiedad está marcada por la ambición, la estructura de la sociedad forzosamente ha de ser competitiva y aisladora; si en nuestra relación con las ideas justificamos una ideología en oposición a otra, los resultados inevitables son la desconfianza mutua y el rencor.Otra causa del presente caos es nuestra dependencia de la autoridad, de los líderes, tanto en los asuntos cotidianos como en una pequeña escuela o en la universidad. Los líderes y su autoridad son factores de deterioro en cualquier cultura. Cuando seguimos a otro, no hay comprensión, sino sólo temor y sometimiento, que en última instancia dan pie a la crueldad del Estado totalitario y al dogmatismo de la religión organizada.Depositar toda nuestra confianza en los gobiernos y confiar en que las organizaciones y autoridades nos traerán la paz, cuando está claro que la paz sólo puede empezar por la comprensión de quienes somos, es crear mayores y más complicados, conflictos. Y no puede haber felicidad duradera mientras aceptemos un orden social en el que hay lucha sin fin y antagonismo entre los seres humanos. Si queremos cambiar las condiciones existentes, tenemos que empezar por transformarnos nosotros mismos, lo cual significa que debemos comprender nuestras acciones, pensamientos y sentimientos en la vida diaria.Pero en realidad no queremos la paz, no queremos poner fin a la explotación, no estamos dispuestos a permitir que nadie interfiera en nuestra avaricia, ni que se alteren los cimientos de la estructura social del presente. Queremos que las cosas continúen como están, que las modificaciones sean sólo superficiales; y, como consecuencia inevitable, los poderosos, los astutos, gobiernan nuestras vidas.La paz no se alcanza por medio de ninguna ideología ni depende de ninguna legislación; habrá paz sólo cuando nosotros, como individuos, empecemos a comprender nuestros propios procesos psicológicos. Si eludimos la responsabilidad de actuar como individuos y esperamos que algún nuevo sistema establezca la paz, nos convertiremos simplemente en esclavos de ese sistema.Cuando los gobiernos, los dictadores, las grandes empresas y el poder clerical comiencen a ver que este creciente antagonismo entre los seres humanos sólo conduce a la destrucción general, y no resulta ya por tanto provechoso, quizá nos obliguen entonces, mediante leyes u otros métodos de coerción, a reprimir nuestros anhelos y ambiciones personales y a cooperar para el bienestar de la humanidad. Así como ahora nos educan y estimulan para competir unos con otros sin misericordia, nos obligarán luego al respeto mutuo y a trabajar juntos por un mundo global. Y entonces, aunque lleguemos a estar todos bien nutridos, vestidos y alojados, no estaremos libres de nuestros conflictos y antagonismos, que únicamente habrán cambiado de plano, y que serán todavía más diabólicos y devastadores. La única acción moral o justa es la acción voluntaria, y sólo la comprensión puede traer paz y felicidad al ser humano.Las creencias, las ideologías y las religiones organizadas nos enfrentan a nuestros semejantes. Hay conflicto no sólo entre las distintas sociedades, sino también entre distintos grupos dentro de una misma sociedad. Debemos darnos cuenta de que mientras nos identifiquemos con un país, mientras nos aferremos a la seguridad, mientras estemos condicionados por los dogmas, habrá lucha y miseria dentro de nosotros y en el mundo.Tenemos luego el inmenso problema del patriotismo. ¿Cuándo nos sentimos patriotas? Está claro que no se trata de una emoción cotidiana. Pero se nos alienta hábilmente a ser patriotas a través de los libros de texto, de los periódicos y de otros canales de propaganda, que estimulan el egoísmo racial mediante el elogio de los héroes nacionales y la noción exaltada de que nuestro país y nuestro modo de vida son mejores que los demás. Como consecuencia, este espíritu patriótico nutre nuestra vanidad desde la infancia hasta la vejez.La aseveración, constantemente repetida, de que pertenecemos a un determinado grupo político o religioso, de que somos de esta nación o de aquélla halaga a nuestro pequeño “yo”, lo hincha como a la vela de un barco, hasta que nos sentimos dispuestos a matar o morir por nuestro país, nuestra raza o nuestra ideología. ¡Es todo tan insensato y antinatural! Los seres humanos son, indiscutiblemente, más importantes que las fronteras nacionales o ideológicas. El espíritu separatista del nacionalismo corre ya como la pólvora por todo el mundo. El patriotismo se cultiva y se explota, astutamente alentado por quienes buscan mayor expansión y poderío, mayores riquezas; y cada uno de nosotros participa de este proceso, pues ésas son cosas que también nosotros deseamos. La conquista de otras tierras y de otros pueblos provee nuevos mercados para el comercio, así como para las ideologías políticas y religiosas. Uno debe ver todas estas expresiones de violencia y antagonismo con una mente libre de prejuicios, es decir, con una mente que no se identifica con ningún país, con ninguna raza o ideología, sino que intenta descubrir lo que es verdad. Ver algo con claridad, sin dejarse influir por las ideas o instrucciones de otros –ya se trate del gobierno, de los especialistas o de los grandes intelectuales–, es una gran dicha. Cuando veamos realmente que el patriotismo es un obstáculo para la felicidad humana, no tendremos ya que luchar contra esta falsa emoción que surge dentro de nosotros, pues nos habrá abandonado para siempre.El nacionalismo, el espíritu patriótico, la conciencia de clase y raza son meras expresiones del “yo”, y por lo tanto separativas. Al fin y al cabo, ¿qué es una nación, sino un grupo de individuos que viven juntos por razones económicas y de autoprotección? El miedo y la ambiciosa defensa de los propios intereses dan origen a la idea de «mi país», con sus fronteras y barreras arancelarias que hacen imposible la hermandad y la unidad de los seres humanos.El afán de lucro y de posesión y el anhelo de identificarnos con algo más grande que nosotros crean el espíritu del nacionalismo; y el nacionalismo engendra la guerra. En todos los países, el gobierno, estimulado por la religión organizada, sostiene el nacionalismo y el espíritu separatista. El nacionalismo es una enfermedad y jamás logrará la unidad mundial. No podemos alcanzar la salud mediante la enfermedad; tenemos que librarnos de la enfermedad primero. Es el hecho de ser nacionalistas, de estar siempre dispuestos a defender nuestros Estados soberanos, nuestras creencias y posesiones, lo que nos obliga a estar perpetuamente armados. La propiedad y las ideas se han vuelto para nosotros más importantes que la vida humana, y a ello se deben el antagonismo y la violencia constantes entre nosotros y el resto de la humanidad. Al mantener la soberanía de nuestro país, destruimos a nuestros hijos; al rendir culto al Estado –que es una mera proyección de nosotros mismos–, sacrificamos a nuestros hijos a cambio de una satisfacción egoísta. El nacionalismo y los gobiernos soberanos son las causas y los instrumentos de la guerra.Nuestras actuales instituciones sociales no pueden evolucionar hacia una federación mundial, pues sus cimientos mismos son erróneos. Los parlamentos y los sistemas educativos que defienden la soberanía nacional y enfatizan la importancia del grupo jamás pondrán fin a la guerra. Cada grupo separado de personas, con sus gobernantes y gobernados, es germen de guerra. A menos que alteremos fundamentalmente las presentes relaciones entre los individuos, la industria inevitablemente nos llevará a la confusión y será un instrumento de destrucción y sufrimiento; mientras haya violencia y tiranía, engaño y propaganda, la fraternidad del género humano no puede hacerse realidad.Educar a las personas simplemente para que lleguen a ser maravillosos ingenieros, brillantes científicos, hábiles ejecutivos o buenos trabajadores nunca unirá a opresores y oprimidos; y es obvio que nuestro actual sistema educativo, instigador de las innumerables causas que provocan enemistad y odio entre los seres humanos, no ha impedido el asesinato en masa en nombre de la patria o en nombre de Dios.Las religiones organizadas, con su autoridad temporal y espiritual, son asimismo incapaces de traer la paz al hombre, puesto que son también el resultado de nuestra ignorancia y nuestro miedo, de nuestras mentiras y nuestro egoísmo.Llevados por nuestro anhelo de seguridad –aquí o en el más allá–, creamos instituciones e ideologías que garanticen esa seguridad; pero mientras más luchemos por la seguridad, menos la tendremos. El deseo de seguridad crea divisiones y aumenta el antagonismo. Si sentimos y comprendemos profundamente la verdad de esto –no sólo verbal o intelectualmente, sino con todo nuestro ser–, empezaremos a cambiar de un modo sustancial la relación con nuestros semejantes en el mundo inmediato que nos rodea; y sólo entonces habrá una posibilidad de lograr unidad y fraternidad. La mayoría de nosotros vivimos consumidos por toda clase de temores, y estamos terriblemente preocupados por nuestra propia seguridad. Esperamos que, por algún milagro, no haya más guerras; y, entre tanto, acusamos a otros grupos nacionales de ser los instigadores de las guerras, y ellos a su vez nos culpan del desastre a nosotros. Aunque la guerra es un factor tan indiscutiblemente perjudicial para la sociedad, nos preparamos para la guerra, e imbuimos de espíritu militar a los jóvenes. Pero ¿acaso tiene cabida en la educación el entrenamiento militar? Todo depende de la clase de seres humanos que queramos que sean nuestros hijos. Si queremos que sean eficientes guerreros, entonces el entrenamiento militar es necesario; si queremos disciplinarlos y reglamentar sus mentes y nuestro propósito es hacerlos nacionalistas –y por lo tanto irresponsables con la sociedad como un todo–, entonces el entrenamiento militar es un buen medio para conseguirlo; si nos complacen la muerte y la destrucción, el entrenamiento militar es sin ninguna duda importante. La función de los generales es planear y hacer la guerra; y si nuestra intención es estar en batalla constante con nuestros vecinos, entonces, por supuesto, tengamos más generales.Si vivimos sólo para entablar luchas interminables dentro de nosotros y con los demás, si nuestro deseo es perpetuar el derramamiento de sangre y la miseria, entonces debe haber más soldados, más políticos, más enemistad. Y eso es lo que está sucediendo actualmente: la civilización moderna tiene sus bases en la violencia, y está, así pues, cortejando a la muerte. Mientras veneremos la fuerza, la violencia será nuestro medio de vida. Pero si queremos paz, si queremos una verdadera relación entre los seres humanos, ya sean cristianos, hindúes, rusos o americanos, si queremos que nuestros hijos sean individuos integrados, entonces el entrenamiento militar es un absoluto impedimento; es el camino erróneo para lograr lo que queremos.Una de las principales causas de odio y lucha es la creencia de que una raza o clase particular es superior a otra. El niño no tiene conciencia de raza ni de clase; son el hogar o el ambiente escolar, o ambos, los que le hacen proclive al separatismo. Al niño no le importa que su compañero de juegos sea negro, judío, brahmán o no brahmán; pero la influencia de la estructura social entera ejerce una constante influencia en su mente, afectándola y modelándola. El problema, una vez más, no está en el niño sino en los adultos, que han creado un ambiente absurdo de separación y falsos valores.¿Existe algún verdadero fundamento para establecer diferencias entre los seres humanos? Puede que nuestros cuerpos sean diferentes en cuanto a estructura y color, que nuestros rostros sean distintos; sin embargo, bajo la piel, somos todos bastante parecidos: orgullosos, codiciosos, envidiosos, violentos, lujuriosos, ambiciosos de poder... Quitémonos el rótulo, y quedaremos bien desnudos. Pero no queremos afrontar nuestra desnudez, y por eso insistimos en la etiqueta, lo cual indica cuán inmaduros e infantiles somos en realidad.Para que el niño crezca libre de prejuicios, tenemos que destruir primero todo prejuicio dentro de nosotros, y luego en nuestro entorno, lo cual significa destruir completamente la estructura de esta sociedad insensata que hemos creado. Es posible que en casa expliquemos al niño lo absurdo que es tener conciencia de clase o de raza, y él probablemente esté de acuerdo con nosotros; pero cuando vaya a la escuela y juegue con otros niños, se contagiará del espíritu separatista. O puede suceder lo contrario: que viva en un hogar tradicional, estrecho de miras, y que la influencia de la escuela sea liberal. De cualquier manera, siempre hay una batalla en pie entre el ambiente del hogar y el de la escuela, y el niño se ve atrapado entre ambos.Para criar al niño con cordura, para ayudarle a ser perceptivo a fin de que no se deje engañar e influir por estos estúpidos prejuicios, tenemos que estar en íntimo contacto con él. Tenemos que hablar con él de estas cosas, y dejarle que escuche conversaciones inteligentes; tenemos que avivarle el espíritu de investigación y de rebeldía que ya existen en él, para así ayudarle a descubrir por sí mismo lo que es verdadero y lo que es falso. Es la investigación constante, la verdadera insatisfacción, lo que despierta la inteligencia creadora; pero mantener despierto el espíritu de investigación y descontento es extremadamente difícil, y la mayor parte de la gente no quiere que sus hijos tengan esa clase de inteligencia, pues es terriblemente incómodo vivir con alguien que constantemente cuestiona los valores aceptados por la mayoría. Todos estamos descontentos cuando somos jóvenes; sin embargo, desgraciadamente ese descontento pronto se desvanece, asfixiado por nuestras tendencias imitativas y nuestro culto a la autoridad. A medida que nos hacemos mayores, nos vamos volviendo seres cristalizados, satisfechos y recelosos. Nos hacemos ejecutivos, sacerdotes, empleados de banco, directores de fábrica, técnicos, y empezamos poco a poco a deteriorarnos. Puesto que deseamos conservar nuestros puestos, defendemos la sociedad destructiva que nos ha colocado en ellos y nos ha dado seguridad en alguna medida.Que el control de la educación esté en manos del gobierno es una calamidad. No hay esperanza de paz ni de orden en el mundo mientras la educación sea la servidora del Estado o de las religiones organizadas. El caso es que son cada vez más los gobiernos que expresamente se hacen cargo del niño y su futuro; y si no es el gobierno, son las organizaciones religiosas las que intentan ejercer control sobre la educación.El condicionar así la mente del niño para que se ajuste a una particular ideología, política o religiosa, engendra enemistad entre los individuos. En una sociedad donde existe la competencia, no puede haber confraternidad; y ninguna reforma, ninguna dictadura ni método educativo podrá improvisarla.Mientras usted sea neozelandés y yo hindú, es absurdo hablar de una humanidad unida. ¿Cómo vamos a unirnos como seres humanos si, usted en su país y yo en el mío, conservamos cada uno nuestros respectivos prejuicios religiosos y modelos económicos? ¿Cómo puede haber fraternidad mientras el patriotismo separa a las personas entre sí, y millones de seres viven coartados por condiciones económicas deplorables mientras otros gozan de la abundancia? ¿Cómo puede haber unidad entre los seres humanos cuando las creencias nos dividen, cuando un grupo domina a otro, cuando los ricos son poderosos y los pobres tratan de alcanzar ese mismo poder, cuando hay una desastrosa distribución de las tierras, cuando una minoría está bien alimentada mientras millones de personas se mueren de hambre?Uno de nuestros problemas es que no nos tomamos nada de esto en serio, porque no queremos que nada nos perturbe. Preferimos alterar las cosas sólo de un modo que nos resulte personalmente ventajoso; por eso no nos interesa tampoco reflexionar sobre nuestra propia vacuidad y crueldad.¿Hay posibilidad alguna de alcanzar la paz por medios violentos? ¿Es la paz algo que pueda conseguirse gradualmente, a través de un lento proceso de tiempo? Con toda certeza, el amor no es cuestión de adiestramiento ni de tiempo. Las dos últimas guerras, según creo, se libraron para defender la democracia; y ahora nos preparamos para otra guerra aún mayor y más destructiva, y la gente es menos libre. ¿Qué sucedería si despejáramos nuestro camino de obstáculos para el entendimiento tan evidentes como son la autoridad, las creencias, el nacionalismo y toda clase de espíritu jerárquico? Seríamos individuos sin autoridad, seres humanos en relación directa unos con otros, y entonces, tal vez, habría amor y compasión. Lo esencial en la educación, como en cualquier otro campo, es contar con personas comprensivas y afectuosas, cuyos corazones no estén llenos de frases huecas, llenos de los intereses de la mente.Si queremos ser felices en esta vida, que tiene todos los ingredientes para ello, y vivir con consideración, con cuidado, con afecto, es muy importante que nos entendamos; y, si deseamos construir una sociedad de verdad inteligente, debemos tener educadores que entiendan los procesos de la integración y que sean por tanto capaces de impartir ese entendimiento a sus alumnos.Esta clase de educadores serían un peligro para la actual estructura social; porque en realidad no queremos construir una sociedad inteligente, y cualquier maestro que, percibiendo la plena significación de la paz, comenzara a señalar las auténticas implicaciones del nacionalismo y la insensatez de la guerra perdería muy pronto su empleo. Sabiendo esto, la mayoría de los maestros transigen y, al hacerlo, ayudan a mantener el actual sistema de explotación y violencia.Evidentemente, para descubrir la verdad debemos estar libres de toda lucha con nosotros mismos y, por consiguiente, con nuestros semejantes. Cuando no estamos en conflicto con nosotros mismos, no estamos en conflicto con los demás. Es la lucha interna, proyectada en el exterior, la que se convierte en conflicto mundial.La guerra es una proyección espectacular y sangrienta de nuestro vivir cotidiano. Precipitamos la guerra con nuestra manera de vivir; luego, sin una transformación interna de cada uno de nosotros, forzosamente seguirán existiendo los antagonismos raciales y nacionales, las infantiles disputas a causa de nuestras ideologías, la multiplicación de soldados, los saludos a las banderas, y todas las numerosas brutalidades que contribuyen a crear el asesinato organizado.La educación ha fracasado en todos los ámbitos del mundo; ha aumentado la destrucción y la infelicidad. Los gobiernos adiestran a los jóvenes para que sean los soldados y técnicos eficientes que necesitan; se cultivan y se imponen la reglamentación y el prejuicio. Tomando estos hechos en consideración, tenemos que investigar el sentido de la existencia y el significado y la finalidad de nuestras vidas. Tenemos que descubrir formas benéficas de crear un nuevo entorno social, porque el entorno puede hacer de un niño un bruto, un especialista insensible, o ayudarle a convertirse en un ser humano sensible e inteligente. Tenemos que crear un gobierno mundial que sea radicalmente diferente, que no esté cimentado en la fuerza, en el nacionalismo ni en ninguna ideología. Todo esto implica comprender nuestra responsabilidad en las relaciones de unos con otros; ahora bien, para entender nuestra responsabilidad, debe haber amor en nuestros corazones, no solamente ciencia y conocimiento. Cuanto más intenso sea nuestro amor, más profunda será su influencia en la sociedad. Pero nosotros somos todo cerebro; no hay corazón. Cultivamos el intelecto y despreciamos la humildad. Si amáramos realmente a nuestros hijos, querríamos que estuvieran a salvo, los protegeríamos, y no permitiríamos que fuesen sacrificados en las guerras. Creo que en realidad queremos que siga habiendo armas; nos gusta la ostentación del poder militar, los uniformes, los ritos, las francachelas, el ruido, la violencia. Nuestra vida diaria es un reflejo en miniatura de esa misma superficialidad brutal, y nos estamos destruyendo unos a otros con nuestra envidia y nuestra irreflexión. Queremos ser ricos; y cuanto más ricos somos, más crueles nos volvemos, por mucho que donemos grandes sumas a las entidades benéficas y a la educación. Después de haberle robado a la víctima, le devolvemos un poco de los despojos, y a esto lo llamemos filantropía. Creo que no nos damos cuenta de las catástrofes que estamos forjando. La mayor parte de nosotros vivimos cada día tan rápida e irreflexivamente como nos es posible, y dejamos en manos del gobierno y de astutos políticos la dirección de nuestras vidas.Todos los gobiernos soberanos necesitan estar preparados para la guerra, y el gobierno de nuestro propio país no es una excepción. Y para que los ciudadanos sean eficientes en la guerra, para que estén bien instruidos y sean capaces de cumplir eficazmente con sus deberes, es obvio que los gobiernos tienen que dirigirlos y dominarlos: tienen que entrenarlos para que actúen como máquinas, para que sean desalmadamente eficientes. Si el objetivo y el fin de la vida es destruir o ser destruido, entonces la educación debe estimular la crueldad; y no estoy del todo seguro de que en realidad no sea esto lo que en nuestro fuero interno deseamos, pues la crueldad corre pareja con el culto del éxito.El Estado soberano no quiere que sus ciudadanos sean libres ni que piensen por sí mismos, y los dirige, por medio de propaganda, de la interpretación errónea de la historia y otros medios. Por eso la educación ha empezado a convertirse cada vez más en un procedimiento para enseñar qué pensar, y no cómo pensar. Si pensáramos con criterio independiente del sistema político imperante, seríamos peligrosos: las instituciones libres podrían resultar pacifistas, o contrarias al régimen existente.La verdadera educación es indiscutiblemente un peligro para los gobiernos soberanos, y por eso se emplean sutiles o severos medios para impedirla. La educación y la alimentación, en manos de una minoría, se han convertido en medios para dominar al individuo; y a los gobiernos, ya sean de izquierdas o de derechas, la educación les trae sin cuidado mientras sigamos siendo máquinas eficaces para producir mercancías y balas.Ahora bien, el hecho de que esto esté ocurriendo en todo el mundo significa que a nosotros, los ciudadanos y educadores que somos responsables de los gobiernos actuales, no nos importa de un modo fundamental si el ser humano tiene libertad o esclavitud, paz o guerra, bienestar o miseria. Aceptamos una pequeña reforma ocasional, pero la mayoría tememos destruir esta sociedad y edificar una estructura completamente nueva, ya que eso necesariamente conllevaría una transformación radical de cada uno de nosotros.Por otra parte, hay quienes ponen todo su empeño en provocar una revolución violenta. Tras haber contribuido a establecer el orden social del presente, con sus correspondientes conflictos, su confusión y su desdicha, quieren ahora organizar una sociedad perfecta. Pero ¿puede alguno de nosotros organizar una sociedad perfecta, cuando hemos sido nosotros los artífices de la sociedad existente? Creer que la paz puede alcanzarse por medios violentos es sacrificar el presente por un ideal futuro; y esta búsqueda del objetivo correcto por medios erróneos es una de las causas del desastre actual. La expansión y el predominio de los valores sensuales crean necesariamente el veneno del nacionalismo, de las fronteras económicas, de los gobiernos soberanos y del espíritu patriótico, todo lo cual excluye la cooperación entre las personas y corrompe las relaciones humanas, que constituyen la sociedad. La sociedad es la relación que une a los seres humanos entre sí; y, sin entender profundamente esta relación, no en un determinado nivel, sino integralmente, como un proceso total, está claro que volveremos a crear la misma clase de estructura social, por mucho que superficialmente la modifiquemos.Si queremos cambiar radicalmente nuestras relaciones humanas actuales, que han traído indecible miseria al mundo, nuestra única e inmediata tarea es transformarnos nosotros mismos a través del conocimiento propio. Lo cual nos trae de vuelta a la cuestión central, que es uno mismo; pero éste es un punto que esquivamos hábilmente cediendo la responsabilidad a los gobiernos, a las religiones y a las ideologías. El gobierno es lo que nosotros somos; las religiones y las ideologías no son sino proyecciones de nosotros; y, a menos que cambiemos fundamentalmente, no puede haber ni verdadera educación ni un mundo de paz. La seguridad física de todos los seres humanos será una realidad cuando haya amor e inteligencia; y puesto que hemos creado un mundo de conflictos y de miseria, en el que la seguridad externa es cada vez más una imposibilidad para cualquier individuo, ¿no indica esto la completa inutilidad de la educación pasada y presente? Nuestra responsabilidad directa como padres y maestros es abandonar la forma de pensar tradicional, y no depender meramente de los expertos y sus descubrimientos. La eficiencia técnica nos ha dado cierto grado de comodidad y capacidad para ganar dinero, y por eso la mayoría estamos satisfechos con la estructura social del presente; pero al verdadero educador sólo le importan la forma correcta de vivir, la verdadera educación y los medios correctos de ganarse la vida.Cuanto más irresponsables seamos en estas cuestiones, más asumirá el Estado toda responsabilidad. Nos estamos enfrentando, no con una crisis política o religiosa, sino con una crisis de deterioro humano que ningún partido político ni sistema económico puede impedir.Otro desastre aún mayor se aproxima peligrosamente, y la mayoría no hacemos nada por evitarlo. Seguimos adelante, día tras día, como lo hemos hecho hasta ahora: no queremos despojarnos de nuestros falsos valores y empezar de nuevo. Queremos hacer una reforma de retazos, que sólo nos conducirá a ulteriores problemas, y que a su vez requerirán sucesivas reformas. Pero el edificio se nos está desmoronando; las paredes han empezado a ceder, y el fuego lo consume. Debemos abandonar el edificio y comenzar a construir sobre un solar nuevo con diferentes cimientos y con diferentes valores.No podemos desechar el conocimiento técnico, pero podemos empezar a darnos cuenta de nuestra sordidez interior, de nuestra crueldad, de nuestros engaños e indignidades, de nuestra completa falta de amor. Sólo cuando utilicemos la inteligencia y nos liberemos del espíritu del nacionalismo, de la envidia y de la sed de poder, podremos establecer un nuevo orden social. La paz no se conseguirá jamás con reformas parciales ni con una mera reorganización de las viejas ideas y supersticiones. Sólo habrá paz cuando comprendamos lo que está más allá de la superficie y detengamos así esta ola de destrucción que se ha desatado a causa de nuestra agresividad y de nuestros temores; y sólo entonces habrá esperanza para nuestros hijos y salvación para el mundo. La Educación y el significado de la Vida

CUBA

PARA DELEITARSE UN POQUITO....LAS PLAYAS DE CUBA

LA VIOLENCIA


La revolución interna

«EL CAMBIO en la sociedad es de importancia secundaria; eso ocurrirá de forma natural e inevitable cuando, como seres humanos, realicemos ese cambio en nosotros mismos.»
Estábamos considerando la extraordinaria complejidad de la vida diaria, la lucha, el conflicto, la desdicha y la confusión en que nos hallamos. Hasta que no comprendamos realmente la naturaleza y la estructura de esta complejidad, como estamos presos en esa trampa, no habrá libertad: ni la libertad para inquirir, ni la libertad que nos llega con gran júbilo y en la cual se manifiesta la entrega total de uno mismo. Tal libertad no es posible si existe alguna forma de temor, bien sea superficialmente o en las profundidades recónditas de nuestra mente. Señalamos ya la relación entre el temor, el placer y el deseo, y que para comprender el temor tenemos que comprender también la naturaleza del placer.
Esta mañana hablaremos del centro, del cual provienen nuestra vida y nuestras actividades, y también si es posible cambiar ese centro. Porque evidentemente es necesario un cambio, una transformación, una revolución interna. Para realizar esa transformación tenemos que examinar con cuidado lo que es nuestra vida, sin escapar de ella, sin distraernos con creencias y aseveraciones teóricas, sino observando muy bien lo que nuestra vida es en realidad, y viendo si es posible transformarla por completo. Con esa transformación puede que afectemos la naturaleza y la cultura de la sociedad. Tiene que ocurrir un cambio en la sociedad, porque la maldad y la injusticia social son tan grandes, es tan vergonzosa la farsa del culto religioso... Pero el cambio en la sociedad es de importancia secundaria, eso ocurrirá de forma natural e inevitable, cuando como seres humanos, que se relacionan entre sí, realicemos ese cambio en nosotros mismos.A lo largo de esta mañana vamos a considerar tres cosas esenciales. ¿Qué es vivir nuestra vida cotidiana? ¿Qué es la compasión, el amor? Y la tercera, ¿qué es la muerte? Las tres están íntimamente relacionadas; al comprender una comprenderemos las otras dos. Según hemos visto, no podemos tomar fragmentos de la vida, escoger una parte de la vida que consideramos valiosa o que nos atrae, o que nuestras inclinaciones reclaman con vehemencia. O tomamos la totalidad de la vida –en la cual están involucrados la muerte, el amor y el vivir–, o tan sólo tomamos un fragmento de ella que pueda parecer satisfactorio, pero que inevitablemente acarreará mayor confusión. Tenemos, pues, que tomarla en su totalidad, y al considerar lo que es el vivir, debemos tener en cuenta que estamos discutiendo sobre algo que es total, sano y sagrado.Podemos observar que en las relaciones de la vida diaria hay conflicto, sufrimiento y dolor; dependemos de otro constantemente, y en esta dependencia existe la autocompasión y la comparación. A eso le llamamos vivir. Permítanme volver a repetir que no nos ocupamos de teorías, que no difundimos ninguna ideología, porque es obvio que las ideologías, cualesquiera que sean, no tienen valor, al contrario, acarrean mayor confusión y mayor conflicto. No estamos recreándonos con opiniones, evaluaciones, o censuras. Estamos interesados únicamente en observar lo que de verdad ocurre para ver si eso puede ser transformado.Podemos ver claramente cuán contradictoria y confusa es nuestra vida cotidiana; tal como la vivimos ahora, carece absolutamente de sentido. Es posible inventarle un significado; los intelectuales realmente le inventan un sentido a la vida, y la gente lo acepta. Pero ese sentido puede ser una filosofía muy ingeniosa, que es creada de la nada. Mientras que si únicamente nos interesa “lo que es”, sin inventarle algún significado, o sin escapar, y sin caer en teorías o ideologías, si estamos tremendamente alerta, entonces la mente es capaz de enfrentarse a “lo que es”. Las teorías y las creencias no cambian nuestra vida; el hombre las ha sustentado durante miles de años y no ha cambiado; quizás le han dado un pulimento superficial; quizás sea un poco menos salvaje, pero es todavía brutal, violento, caprichoso, incapaz de mantener la seriedad. Vivimos una vida de gran sufrimiento desde el instante en que nacemos hasta que morimos. Ése es un hecho. Y ninguna teoría especulativa sobre ese hecho podrá afectarlo. Lo que realmente afecta a “lo que es” es la capacidad, la energía, la intensidad, la pasión con que miramos ese hecho. Y no podemos tener pasión e intensidad si la mente está persiguiendo alguna ilusión, alguna ideología especulativa. Estamos examinando algo más bien complejo para lo cual necesitamos toda nuestra energía, toda nuestra atención, no sólo mientras estamos en este recinto, sino también a través de la vida, si es que somos algo serios. Lo que nos interesa es cambiar “lo que es”, el sufrimiento, el conflicto, la violencia, la dependencia de otro, no la dependencia del que vende víveres, del médico, o del cartero, sino la dependencia en nuestra relación con otro, tanto psicológica como psicosomáticamente. Esa dependencia de otro siempre engendra miedo: mientras yo dependa de usted para mi sostén, emocional, psicológica o espiritualmente, soy su esclavo y, por lo tanto, tengo temor. Ése es un hecho. La mayoría de los seres humanos dependen de otro, y en esa dependencia está la autocompasión, que nace de la comparación. De manera que donde haya dependencia psicológica de otro –de la esposa, o del esposo–, tendrá que haber no sólo temor y placer, sino también el sufrimiento que éstos generan. Espero que estén observando esto en ustedes mismos, y no meramente escuchando al que les habla.Ustedes saben que hay dos maneras de escuchar: escuchar a la ligera, como se escucha una serie de ideas, estando de acuerdo o en desacuerdo con ellas; y hay otra manera de hacerlo, que consiste no sólo en escuchar las palabras y el significado de éstas, sino también lo que está realmente ocurriendo en ustedes mismos. Si escuchamos así, entonces lo que dice el que habla guarda relación con lo que están escuchando dentro de ustedes mismos. Entonces no están tan sólo escuchándome a mí –lo que no tiene la menor importancia–, sino todo el contenido de su ser. Y si están escuchando así con intensidad, al mismo tiempo y en el mismo nivel, entonces ustedes y yo participamos juntos en lo que está realmente ocurriendo. Entonces tendrán ustedes la pasión que va a transformar aquello “que es”. Pero si no escuchan de esa manera, con toda la mente, con todo el corazón, entonces una reunión de esta clase carece totalmente de sentido.Al comprender “lo que es”, la vida terrible que realmente llevamos, nos damos cuenta de que vivimos en aislamiento, pues aunque tengamos mujer e hijos, existe un proceso autoaislante que está operando dentro de uno mismo. Aun cuando vivan juntos en la misma casa, la esposa, la amiga o el amigo, cada cual está realmente aislado, con sus propias ambiciones y temores y su propio sufrimiento. El vivir de esa forma se llama relación. Repito, éste es un hecho; él tiene una imagen de ella, y ella tiene una imagen de él, y cada uno tiene su propia imagen de sí mismo. La relación que se produce es entre esas imágenes, pero ésa no es una relación verdadera. Tenemos, pues, que averiguar cómo se elaboran esas imágenes, cómo se crean, por qué habrían de existir, y lo que significaría vivir sin esas imágenes. No sé si ustedes han considerado alguna vez si es posible una vida en la que no haya imágenes, creencias, y qué significaría vivir sin ellas. Vamos a averiguarlo
Tenemos muchas experiencias todo el tiempo y podemos ser, o no ser conscientes de ellas. Cada experiencia deja una huella; esas huellas se van fortaleciendo día tras día y se convierten en la imagen. Tan pronto alguien nos insulta, ya hemos formado una imagen del otro. O si alguien nos adula, otra vez se forma una imagen. Inevitablemente cada reacción genera una imagen. ¿Es posible que, una vez creada, esa imagen cese?Para que una imagen cese, tenemos primero que averiguar cómo se forma; y si no respondemos adecuadamente a cualquier reto, es inevitable que el residuo deje una imagen. Si me llama tonto, inmediatamente usted se convierte en mi enemigo, o usted no me agrada. Cuando me llama tonto, tengo que estar intensamente alerta en ese momento, sin elegir, sin condenar, simplemente escuchando lo que usted dice. Si no reacciono emocionalmente a su aseveración, entonces no se forma imagen alguna.Tenemos que estar, pues, atentos a la reacción, sin darle oportunidad de que arraigue, porque en cuanto la reacción echa raíces, ha formado ya una imagen. Ahora le pregunto: ¿puede usted hacerlo? Para hacerlo necesita prestar atención –no simplemente ir divagando como en sueños por la vida–, prestar atención en el momento del reto, con todo su ser, escuchando con su corazón y con su mente, de manera que vea con claridad lo que se está diciendo: ya sea un insulto, o una adulación, o una opinión sobre usted. Entonces verá que no existe imagen alguna. La imagen se forma siempre de lo que ha ocurrido en el pasado. Si es placentera, la conservamos. Si es dolorosa, deseamos deshacernos de ella. De manera que surge el deseo; una cosa deseamos retenerla, y la otra deseamos rechazarla; y del deseo nace el conflicto. Si nos damos cuenta de todo esto, prestándole atención sin elección alguna, simplemente observando, entonces podremos descubrir la verdad por nosotros mismos, y no viviremos de acuerdo con algún psicólogo o algún sacerdote, o algún médico. Si queremos descubrir la verdad tenemos que estar completamente libres de todo eso, y estar solos. Estar solo es dar la espalda a la sociedad. Si ustedes se han observado con detenimiento, verán que una parte de su cerebro, la cual ha evolucionado a lo largo de muchos miles de años, es el pasado, y que el pasado es la experiencia, la memoria. En ese pasado hay seguridad. Espero que estén observando todo esto en ustedes mismos. El pasado responde siempre inmediatamente, y el demorar la respuesta del pasado cuando afrontamos un reto, de manera que haya un intervalo entre el reto y la respuesta, es lo que pone fin a la imagen. Si no hacemos esto, estaremos viviendo siempre en el pasado. Somos el pasado, y en el pasado no hay libertad. Ésa es, pues, nuestra vida, una batalla constante, en la cual el pasado, modificado por el presente, se mueve hacia el futuro, que es todavía el movimiento del pasado, aunque modificado. Mientras exista ese movimiento, el hombre nunca podrá ser libre, siempre estará en conflicto, en sufrimiento, en confusión, en desgracia. ¿Puede demorarse la respuesta del pasado de manera que no ocurra la formación inmediata de una imagen?Tenemos que mirar la vida como es, mirar la confusión y la miseria interminables, y el escape de eso hacia alguna superstición religiosa, o hacia la adoración del Estado, o hacia varias formas de entendimiento. Tenemos que mirar cómo escapamos hacia la neurosis, porque una neurosis ofrece un extraordinario sentido de seguridad. El hombre que “cree” es neurótico; el hombre que adora una imagen es neurótico. En esas formas de neurosis hay gran seguridad. Pero así no se llega a ninguna revolución radical en nosotros mismos. Para lograrla tenemos que observar sin elección, sin distorsión alguna del deseo, o del placer o del dolor, sólo observar realmente lo que somos, sin escapes. Pero no le demos nombre a lo que veamos, tan sólo observemos. Entonces tendremos la pasión, la energía para observar, y en esa observación se realiza un cambio tremendo.¿Qué es el amor? Hablamos mucho de él: amor a Dios, amor a la humanidad, amor a la patria, amor a la familia. Pero extrañamente, unido a ese amor va el odio. Usted ama a su Dios y odia al Dios de otro, usted ama su patria, su familia, pero está en contra de la familia de otro, en contra de otra nación. Y en todo el mundo, el amor está asociado más o menos con el sexo. No estamos condenando, ni juzgando, ni evaluando; sólo observamos lo que está realmente ocurriendo, y si usted sabe cómo observar, el hacerlo le infunde una tremenda energía.¿Qué es amor y qué es compasión? La palabra “compasión” significa pasión por todo el mundo, interesarse por todo, incluso por los animales que matamos para comer. Primero miremos lo que realmente es –no lo que debe ser– viendo lo que realmente es en la vida diaria. ¿Sabemos lo que significa amor, o únicamente conocemos el placer y el deseo, los cuales llamamos amor? Desde luego, con el placer, con el deseo, va la ternura, el cuidado, el afecto, etc. ¿Es, pues, el amor placer, deseo? Aparentemente lo es para la mayoría de nosotros. Uno depende de su esposa, uno ama a su esposa, no obstante, si ella se fija en alguna otra persona, uno se siente encolerizado, frustrado, infeliz; y en última instancia está el tribunal para divorcios. ¡Eso es lo que llamamos amor! Pero si su esposa muere, se busca otra, porque es muy grande la dependencia. Uno nunca pregunta por qué depende de otro. (Hablo de dependencia psicológica.) Si lo observa, verá allá en lo profundo, cuán solo está, cuán frustrado e infeliz es. No sabe qué hacer con esa soledad, ese aislamiento, que es una forma de suicidio. Y, por lo tanto, al no saber qué hacer, depende de alguien o de algo. Esa dependencia le proporciona gran comodidad y compañía, pero cuando esa compañía es ligeramente alterada, uno se torna celoso, furioso. ¿Mandarían ustedes a sus hijos a la guerra si los amaran? ¿Les darían la clase de educación que ahora reciben, educándolos sólo técnicamente, para ayudarles a conseguir un empleo, para aprobar algunos exámenes e ignorar el resto de la totalidad de esta vida maravillosa? Los cuidan con tanto esmero hasta que llegan a tener cinco años y luego los echan a los lobos. Eso es lo que llamamos amor. ¿Existe el amor cuando hay violencia, odio, antagonismo? ¿Qué haremos, pues? Dentro de esta violencia y odio está nuestra virtud y nuestra moralidad; cuando rechacemos eso, entonces seremos virtuosos. Eso significa ver todas las implicaciones de lo que es el amor, valernos por nosotros mismos y ser capaces de amar. Ustedes escuchan esto porque saben que es la verdad. Si no lo viven, la verdad se convierte en veneno; si oyen algo verdadero y lo abandonan, eso trae otra contradicción en la vida y, por lo tanto, mayor desdicha. Escuchen, pues, con su corazón y con toda su mente; o no escuchen nada. Pero como se hallan aquí, espero que estén escuchando.El amor no es lo contrario de ninguna otra cosa. No es lo opuesto del odio, ni de la violencia. Aunque no dependamos de alguien y vivamos muy virtuosamente –colaborando en la asistencia social, manifestándonos por las calles–, si no tenemos amor, todo eso carece por completo de valor. Si amamos, entonces podemos hacer lo que nos plazca. El hombre que ama no comete errores, y si comete alguno, lo corrige inmediatamente. Un hombre que ama no siente celos, ni remordimientos, para él no existe el perdón, porque en ningún momento surge algo que sea motivo de perdón. Todo esto requiere una investigación profunda, gran cuidado y atención. Pero estamos presos en la trampa de la sociedad moderna; hemos creado esa trampa nosotros mismos, y si alguien nos señala ese hecho, no lo tenemos en cuenta. De manera que siguen las guerras y el odio.Desearía saber qué piensan ustedes acerca de la muerte; no teóricamente, sino lo que en realidad significa para ustedes; no como algo que ha de llegar inevitablemente, bien sea por accidente, debido a una enfermedad o a la vejez. Eso le ocurre a todo el mundo: en la vejez nos entran las pretensiones de actuar como si fuéramos jóvenes. Todas las teorías, todas las esperanzas significan que estamos desesperados; y en nuestra desesperación buscamos algo que nos dé alguna esperanza. ¿Ha observado usted su desesperanza para ver por qué existe? Existe porque uno se compara con otro, porque uno desea alcanzar una meta, convertirse en algo, ser, realizarse.Una de las cosas extrañas de la vida es que estamos condicionados por el verbo “ser”. Porque en él existe el pasado, el presente y el futuro. Todo el condicionamiento religioso está basado en ese verbo “ser”; en él tienen su fundamento el cielo y el infierno, todas las creencias, todos los salvadores, todos los excesos. ¿Puede un ser humano vivir sin ese verbo que significa vivir y no tener pasado ni futuro? No significa “vivir en el presente”; ustedes no saben lo que significa vivir en el presente. Para vivir completamente en el presente tenemos que saber cuál es la naturaleza y la estructura del pasado: que es uno mismo. Tenemos que conocernos a nosotros mismos de una manera tan completa que no haya ningún rincón oculto; ese “nosotros mismos” es el pasado, y se nutre del verbo “ser” que es llegar a ser, realizarse, recordar. Averigüemos lo que significa vivir sin ese verbo en el mundo psicológico, interno.¿Qué significa la muerte? ¿Por qué todos la tememos tanto? En Asia la gente cree en la reencarnación; en eso encuentran gran esperanza –no sé por qué– y la gente continúa hablando y escribiendo sobre ella. ¿Qué es lo que se va a encarnar? ¿Todo el pasado, toda la desdicha, toda la confusión, todo lo que somos ahora? Creemos que “el yo” (aquí se usa la palabra “alma”) es algo permanente. ¿Es que existe algo en la vida que sea permanente? Nos gustaría tener algo permanente, y por ese motivo colocamos la muerte a distancia y separada de nosotros, nunca la miramos, porque nos atemoriza. Luego tenemos “el tiempo”, el tiempo entre lo que es y lo que inevitablemente ocurrirá, O bien proyectamos nuestras vidas al mañana y continuamos como estamos ahora, esperando que ocurra alguna clase de resurrección, o bien morimos cada día. Morimos cada día para nosotros mismos, para nuestra desdicha, para nuestro sufrimiento; nos despojamos de esa carga cada día de manera que nuestra mente sea fresca, joven e inocente. La palabra “inocencia” significa “incapaz de ser herida”. Tener una mente que no pueda ser herida no quiere decir que haya desarrollado mucha resistencia; al contrario, una mente así está muriendo para todo lo que ha conocido donde ha habido conflicto, placer y dolor. Sólo entonces la mente es inocente; eso quiere decir que puede amar. No es posible que amemos con la memoria; el amor no es cosa del recuerdo, del tiempo.De manera que el amor, la muerte y el vivir no son cosas separadas, sino una unidad total, y en esa unidad está la sensatez. Esa sensatez no puede existir si hay odio, ira, celos, y cuando hay dependencia, la cual engendra el temor. Cuando hay sensatez, la vida se vuelve sagrada; hay gran júbilo y podemos hacer lo que queramos; y lo que entonces hacemos es válido y virtuoso.No conocemos todo esto; sólo conocemos nuestra miseria, y como nada sabemos, tratamos de escapar. Si por lo menos dejáramos de escapar para que pudiéramos realmente observar, evitando movernos siquiera un ápice de “lo que es”, sin nombrarlo, condenarlo o juzgarlo, de manera que sólo pudiéramos observarlo. Para observar algo se requiere interés, y tener interés significa tener compasión. Con una vida tan espléndida y completa, se puede entonces participar en algo de lo que hablaremos mañana, o sea, la meditación. Sin haber establecido esa base, la meditación es mera autohipnosis. Establecer esa base significa que hemos comprendido esta vida extraordinaria, por lo que tenemos una mente sin conflicto y llevamos una vida en la que hay compasión, belleza y, por lo tanto, orden. No se trata del orden de un programa, sino el orden que surge cuando comprendemos lo que es el desorden: y nuestra vida es eso. Nuestra vida está en desorden. El desorden es contradicción, el conflicto de los opuestos. Cuando comprendemos ese desorden que hay en nosotros mismos, entonces de dicha comprensión surge el orden, el orden que es preciso, matemático, en el que no hay distorsión. Todo esto requiere una mente meditativa, una mente que es capaz de observar en silencio.
Más allá de la Violencia,

APRENDER ES VIVIR

CAPITULO 4 RELACION Y AMOR
La meditación es la manifestación de lo nuevo. Lo nuevo está más allá y por encima del pasado repetitivo; la meditación es el final de esa repetición. La muerte que la meditación trae es la inmortalidad de lo nuevo. Lo nuevo no se halla dentro del área del pensamiento y la meditación es el silencio del pensamiento. La meditación no es un logro personal, no consiste en retener una visión, ni es la excitación producto de las sensaciones. Es como el río que, indómito, fluye rápido y rebasa sus márgenes. Es música sin sonido; no puede ser domesticada ni utilizada. La meditación es el silencio en el cual, desde el mismo principio, el observador ha cesado. El sol aún no había salido y a través de los árboles podía verse el lucero del alba. Había un silencio realmente extraordinario; no era el silencio que hay entre dos sonidos o entre dos notas, sino el silencio que existe sin razón alguna, el silencio que debió existir en los inicios del mundo. Y ese silencio llenaba todo el valle y los montes. Los dos grandes búhos, llamándose uno al otro, no perturbaban ese silencio, y un perro que a lo lejos ladraba a la luna aún visible, formaba parte de aquella inmensidad. El rocío era muy denso y el sol sobresalía por encima el monte, lanzando destellos de innumerables colores y bañándolo todo con el resplandor de sus primeros rayos. Las delicadas hojas de la jacarandá estaban cargadas de rocío y los pájaros venían a ella a darse su baño matinal, agitando las alas para que el rocío de las delicadas hojas humedeciera sus plumas. Los cuervos graznaban con su peculiar insistencia, saltando de una rama a otra e introduciendo bruscamente la cabeza entre las hojas, agitando las alas y acicalándose. Alrededor de media docena de ellos estaban posados sobre una gruesa rama y había muchos otros pájaros dispersos por el árbol, tomando su baño matinal. El silencio se expandía y parecía ir más allá de los montes. Se escuchaba el habitual alboroto de los niños, sus gritos y sus risas; y la granja empezaba a despertar. Iba a ser un día frío y ahora la luz del sol cubría los montes. Eran montes muy viejos, probablemente los más viejos del mundo, con rocas de formas fantásticas que parecían haber sido cinceladas con gran esmero, colocadas una en equilibrio sobre otra; y ni viento ni golpe alguno podía moverlas de su equilibrio. Era un valle muy alejado de los pueblos y la carretera que lo atravesaba conducía a otra aldea; estaba llena de baches y no había automóviles ni autobuses que turbaran la ancestral quietud de aquel lugar. Transitaban carretas de bueyes, pero su movimiento formaba parte de los montes. Se veía el lecho seco de un río que sólo llevaba agua cuando llovía en abundancia y su color era una mezcla de rojo, amarillo y castaño. Él también parecía moverse con los montes; y los aldeanos, que caminaban en silencio, se asemejaban a las rocas. El día transcurrió lentamente y hacia el final del crepúsculo, mientras el sol se ocultaba tras los montes del oeste, el silencio que venía de muy lejos se extendía sobre los cerros, a través de los árboles, cubriendo los pequeños arbustos y la vieja higuera sagrada (el baniano). A medida que las estrellas empezaban a brillar, el silencio iba haciéndose cada vez más intenso; apenas podía uno soportarlo. Se apagaron las pequeñas lámparas de la aldea y, con el sueño, la intensidad del silencio se hizo aún más profunda, más amplia, e increíblemente poderosa. Incluso los montes se volvieron más silenciosos, porque también ellos habían interrumpido sus murmullos, su movimiento, y parecían haber perdido su peso inmenso. Dijo que tenía cuarenta y cinco años; iba impecablemente vestida, con un sari, y llevaba varias ajorcas en las muñecas. El hombre mayor que la acompañaba dijo que era su tío. Nos sentamos los tres en el suelo, frente un gran jardín en el que crecían un baniano, algunos mangos, una buganvilla de color muy vivo, y varias palmeras aún jóvenes. Ella estaba muy triste; movía las manos inquietamente e intentaba no deshacerse en palabras y, quizás, en lágrimas. Su tío dijo: «Mi sobrina y yo hemos venido a hablar con usted. Su esposo murió hace unos años y poco después perdió a un hijo; desde entonces no deja de llorar y ha envejecido terriblemente. No sabemos qué hacer. Los consejos médicos habituales no han servido de mucho; está adelgazando y creo ha perdido interés en sus otros hijos. No sabemos dónde acabará todo esto y ella ha insistido en que viniéramos a hablar con usted». «Perdí a mi esposo hace cuatro años. Era médico y murió de cáncer, pero nunca me lo dijo y, más o menos, hasta el último año no me enteré de su enfermedad. Sufría terriblemente, a pesar de la morfina y otros sedantes que los médicos le suministraban. Ante mis propios ojos se fue consumiendo hasta morir». Casi asfixiada por sus propias lágrimas, guardó silencio. Posada en una rama había una paloma arrullándose pacientemente. Era de color gris oscuro, con la cabeza pequeña y el cuerpo grande —relativamente grande, claro, puesto que no dejaba de ser una paloma. De pronto emprendió el vuelo y la rama oscilaba de arriba abajo por la presión del inicio el vuelo. «Aunque parezca incomprensible, no puedo soportar esta soledad, esta existencia que carece de sentido sin mi esposo. Amaba a mis tres hijos —un niño y dos niñas—, y un día, el año pasado, mi hijo me escribió desde la escuela contándome que no se sentía bien y poco después el director me telefoneó para decirme que había muerto». Ahora empezó a sollozar sin poder controlarse. A continuación mostró la carta del niño, donde expresaba su deseo de regresar a casa porque se sentía enfermo, y mandaba sus mejores deseos de que ella se encontrara perfectamente. Explicó que el niño estaba preocupado por ella; de hecho no quería ir al colegio, sino permanecer a su lado; pero ella, de alguna manera, lo había obligado a irse temerosa de que su dolor pudiera afectarle. Ahora ya era demasiado tarde. Las dos niñas, añadió ella, no tenían plena conciencia de todo lo sucedido porque eran muy pequeñas. Súbitamente exclamó: «No sé qué hacer. Esta muerte ha sacudido mi vida hasta los cimientos. Porque, como si de una casa se tratara, construimos con mucho esmero nuestro matrimonio, pensando que tenía un base de sólidos cimientos, pero ahora este terrible suceso lo ha destruido todo». Su tío debía de ser un hombre creyente, un tradicionalista, pues añadió: «Dios le ha enviado esta pena; pero, aunque ella ha cumplido todas las ceremonias necesarias, no le ha servido de nada. Yo personalmente creo en la reencarnación, pero eso no es ningún consuelo para ella; no quiere ni oír hablar del tema, porque para ella nada tiene ya sentido; no hay forma posible de ayudarle». Estuvimos allí sentados en silencio durante un rato. El pañuelo de la mujer estaba completamente empapado, de manera que sacamos uno limpio del armario, para que pudiera secarse las lágrimas de sus mejillas. La buganvilla roja asomaba por la ventana y la brillante luz del sur reposaba en todas sus hojas. ¿Quiere realmente hablar de esto, llegar a su misma raíz? ¿O busca sólo alguna explicación, algún razonamiento que la reconforte, algunas palabras satisfactorias que le hagan olvidar su dolor? Ella contestó: «Me gustaría examinarlo detalladamente, pero no sé si tengo la capacidad o la energía para enfrentarme a lo que seguidamente quiere plantearme. Cuando mi esposo vivía, solíamos venir a algunas de sus charlas, pero ahora puede que sea difícil para mi entender sus palabras». ¿Por qué sufre? No me dé una explicación, eso sólo sería una interpretación verbal de su sentimiento y no el hecho real. Cuando hagamos una pregunta, no conteste, por favor; simplemente escuche y trate de encontrar la respuesta por sí misma. ¿Por qué existe en todos los hogares, ricos y pobres, en todos los seres humanos, desde el hombre más poderoso de la tierra hasta el mendigo, el dolor a la muerte? ¿Por qué sufre realmente? ¿Es por su esposo o es por sí misma? Si llora por él, ¿pueden sus lágrimas ayudarle? Él se ha ido para siempre y, haga lo que haga, no conseguirá que regrese, ni lágrimas, ni creencias, ni ceremonias, ni dioses pueden devolverle la vida. Es un hecho que debe aceptar; no puede hacer nada. Pero si llora por sí misma porque se siente sola, por su vida vacía, por los placeres sensuales de que disfrutaba y por la compañía de su esposo, entonces llora por su propia vacuidad y la lástima que siente de sí misma, ¿no es cierto? Quizás, por primera vez se dé cuenta de su propia pobreza interior. Si me permite decirlo, sin ningún ánimo de ofender, puso todas sus esperanzas en su esposo, y esa entrega le dio comodidad, satisfacción y placer, ¿verdad? Todo lo que siente ahora —la sensación de pérdida, la agonía de la soledad y de la ansiedad— es una forma de lástima de sí misma, ¿no es así? Obsérvelo, por favor. No se le resista bloqueando su corazón y diciendo: «Amaba a mi esposo y en ningún momento pensé en mi misma; quería protegerlo, aunque a menudo trataba de dominarlo; pero todo lo hacía por su bien y nunca pensé en mí misma». Así pues, ahora que él se ha ido, ¿no es cierto que ahora se da cuenta de su verdadera condición? La muerte de su esposo la ha sacudido y le ha mostrado el verdadero estado de su corazón y de su mente. Puede que no quiera afrontarlo, que lo rechace por miedo; pero si observa un poco más, verá que llora por su propia soledad, por su propia pobreza interior, es decir, por la lástima que siente de sí misma. «Es usted un poco cruel, ¿no le parece, señor? —dijo ella. He venido a verle buscando verdadero consuelo y, ¿qué es lo que me está dando?». Una de las ilusiones que tiene la mayoría de la gente, es creer que existe tal cosa como el consuelo interior, que alguien puede darle ese consuelo o que uno puede encontrarlo. Siento decirle que tal cosa no existe. Si lo que busca es consuelo, vivirá presa en la ilusión y cuando esa ilusión desaparezca se sentirá triste porque dejará de tener el consuelo. Por lo tanto, para comprender el dolor o para superarlo, tiene que ver realmente lo que está sucediendo en su interior; no ocultarlo. Señalar todo esto no es crueldad, ¿no le parece? No es algo deshonroso de lo cual deba avergonzarse. Cuando lo vea todo con auténtica claridad, entonces lo soltará inmediatamente, sin un rasguño, sin mancha, renovada, intacta de cualquier acontecimiento de la vida. La muerte es inevitable para todos nosotros; nadie puede escapar de ella. Tratamos de buscar cualquier tipo de explicación, de encontrar apoyo en toda clase de creencias con la esperanza de trascender la muerte, pero hagamos lo que hagamos, la muerte es una realidad que está siempre a la vuelta de la esquina; puede que aparezca mañana o al cabo de muchos años, pero siempre esta ahí, presente. Uno tiene que aceptar este hecho inmenso de la vida. «Sin embargo...» interrumpió su tío; y empezó a explicar la creencia tradicional en el atman, en el alma, en esa entidad permanente que continúa. Ahora se encontraba en su elemento, en ese camino tan frecuente plagado de sagaces argumentos y citas. Bruscamente se había sentado erguido y se podía apreciar en sus ojos el grito de la batalla, la batalla de las palabras; habían desaparecido de él la simpatía, el afecto y la comprensión; se hallaba en su sagrado terreno de la creencia y de la tradición, apisonado por el fuerte peso del condicionamiento. «Sin embargo, ¡el atman está en cada uno de nosotros! Renace y continúa hasta darse cuenta de que es Brahman; y tenemos que pasar por el dolor para llegar a esa realidad, porque vivimos en la ilusión, el mundo es una ilusión; pero sólo hay una realidad». ¡Y ahí terminó! Ella me miró sin prestarle mucha atención; pero su rostro empezaba a mostrar una sonrisa amable, y ambos nos pusimos a mirar a la paloma que había regresado y a la resplandeciente buganvilla roja. No hay nada permanente en la tierra ni en nosotros. El pensamiento puede dar continuidad a cualquier cosa en la que piense; puede darle continuidad a una palabra, a una idea, a una tradición, puede creerse a sí mismo permanente, pero ¿lo es? El pensamiento es la respuesta de la memoria y, ¿es permanente la memoria? Puede construir una imagen y darle a esa imagen continuidad, permanencia, llamándola atman o lo que sea; puede recordar el rostro del esposo o de la esposa y aferrarse a él; sin embargo, todo esto es la actividad del pensamiento; es el pensamiento quien crea el miedo y, de ese miedo, nace la urgencia de tener lo permanente, miedo de no tener mañana el sustento o el abrigo necesario, el miedo a la muerte. Este miedo es producto del pensamiento y Brahman también lo es. Entonces su tío replicó: «La memoria y el pensamiento son como una vela; uno la apaga y la prende de nuevo; olvida y luego recuerda otra vez; se muere y renace de nuevo en otra vida. La llama de la vela es la misma y a la vez no lo es. De modo que en la llama hay cierta clase de continuidad». Pero la llama que se apagó no es la llama nueva. Tiene que terminar lo viejo para que lo nuevo nazca. Si hay una constante continuidad modificada, entonces nunca hay nada nuevo. Los miles de ayeres no pueden renovarse; incluso la vela misma se consume. Todo tiene que terminar para que lo nuevo sea. Ante esto, y no pudiendo hacer uso de citas, de creencias o de dichos ajenos, la actitud del tío fue de retraerse y quedarse callado, totalmente desconcertado y un tanto furioso, porque se había desenmascarado a sí mismo y, al igual que su sobrina, no quiere enfrentarse al hecho. «No me interesa nada de esto —dijo ella—, soy terriblemente infeliz; he perdido a mi esposo, a mi hijo, y me quedan estas dos niñas, ¿qué he de hacer?». Si de verdad le importan sus dos hijas, no puede vivir interesada en sí misma y afligida por su desgracia; tiene que velar por ellas, educarlas debidamente, y no contentarse con ofrecerles la mediocridad acostumbrada. Pero si sigue obsesionada por la lástima que se tiene a sí misma, a lo cual lo llama “amor a su esposo”, y vive encerrada en su dolor, entonces está destruyendo también a sus dos hijas. Consciente o inconscientemente, todos somos unos perfectos egoístas y, mientras obtengamos lo que queremos, creemos que todo está bien. Pero en el momento que un acontecimiento destruye lo que hemos construido, gritamos desesperados esperando encontrar un nuevo consuelo que, por supuesto, de nuevo volverá a ser destruido. De manera que este es el proceso que continuará funcionando y si quiere seguir atrapada en esta secuencia repetitiva, sabiendo perfectamente cuáles son sus consecuencias, entonces, ¡adelante! Pero si ve lo absurdo que es todo eso, entonces de forma natural dejará de llorar, dejará de aislarse, y vivirá junto a sus hijas con una nueva luz y con una sonrisa en el rostro.

Relación y Amor, La verdadera revolución, ed. Kairós, ©KFT.